A ver.
Esto no empieza con una receta.
Ni con un horno.
Ni siquiera con una tarta.
Empieza con una puerta.
Una de esas puertas de portal de edificio antiguo, pesada, de las que hacen eco cuando se
cierran…
Y que ese día, no se cerró.
Yo salía.
Ella entraba.
Una señora mayor, bolso de flores, bastón cromado, pelo recién hecho en la peluquería del
barrio.
Me miró. Me sonrió.
Y me dijo:
—“Huele a gloria, rapaz”.
Yo llevaba una tarta envuelta en cartón como un paquete de Amazon.
Era una entrega. Otra más.
Pero ella se quedó mirándome como si llevara un maletín nuclear.
Le dije con mucha educacion:
“Hago tartas de queso por mi cuenta y las entrego a domicilio señora.”
Y entonces lo soltó:
“A mí antes me daba miedo hacer cosas sola… pero si esperas a que alguien te acompañe, a
veces se te pasa la vida en el portal”.
Me lo dijo y siguió su camino.
Como si nada.
Y yo ahí, tarta en mano, con la sensación de que me acababan de abofetear con una lección
de vida en mitad de un rellano.
Porque lo cierto es que yo también vivía esperando.
Esperando a tener más dinero.
Esperando a tener más seguridad.
Esperando a que todo encajara.
Pero la señora del portal tenía razón.
A veces lo único que necesitas es empujar la puerta y salir.
Y eso fue SuarezCake.
Una puerta abierta, sin garantías.
Un salto sin red.
Una tarta de queso como excusa, y una vida que ya no quería seguir esperando.
La parte divertida es que luego volví a ver a la señora, meses después.
Me miró con sus gafas de aumento y me soltó:
—“¿No serás tú el de las tartas que salen en el periódico?”.
Y ahí, sin darme cuenta, entendí que las señales no llevan neones ni hashtags.
A veces vienen disfrazadas de vecinas con rizos perfectos y frases que no se te borran.
Desde entonces, cada vez que me entra el miedo, me acuerdo de ella.
De esa puerta.
Y de que si algo huele a gloria…
quizá es porque merece la pena seguir el olor.
Peeero bueno no me hagas mucho caso.
Yo simplemente hago tartas de queso.
